Cácaro
- José Mendoza Lara

- 20 oct
- 3 Min. de lectura

1
CUESTA TRABAJO VER
adivinarte la presencia anónima,
lapsus de las tinieblas.
Somatizado con la noche artificial
de los cinematógrafos
desde la atalaya borrascosa de las galerías,
no lo has de saber,
llevas el manubrio de este mundo
audiovisual y butaquero.
2
En las enciclopedias no se apunta el dato
de que fue Lumière
el primer Cácaro de la Historia.
Y si tuviera razón McLuhan
tú serías el anti-Gutemberg,
el asesinador y partero
más contumaz de la era.
Imagínese todos los cinedependientes
de ese impulso ciego:
—que es todo el mundo—
qué sería de la humanidad
ante una huelga universal
de cácaros internacionalistas.
3
¿Quién va a imaginar que tú
eras el mismo cine sine qua non
Marilyn Monroe, Stanley Kubrick,
serían nada, nada?
¿Quién va a pensar en la cinta umbilical
que simbiotiza a Ingmar Bergman
con el cácaro del Cine Alcázar de mi ciudad?
¿Cómo concebir los besos crudos,
los abrazos despotricados,
las tramas urdidas entre caballos
y gánsteres y amantes copulosos
sin tu presencia?
Detrás de ti las dulceras
—Chela, la eterna boletera—
los trust,
los imperiosos gerentes,
François Truffaut, Buster Keaton,
el mismo Sam Goldwyn y la perra Lassie.
¿Y cuándo se habla de ti
en la Gran Entrega de Óscares,
en el Gran Prix de Cannes
o en nuestro Ariel-Calibán?
Ah, gran capitán del voyeurismo
sin soslayamientos,
eterno ausente de los repertorios
y las marquesinas,
no obstante la Leyenda Negra,
el aura rechiflada
y tu dipsomanía putativas
significas el único recurso de veracidad
de la Caverna de Platón
y la Exquisita Fenomenología.
⸻
Es cierto. A don Carlos García, directa o indirectamente, le debemos los Carnets del Cine Alcázar, que se imprimían en papeles de colores con la programación semanal de las maravillas del Séptimo Arte.
Le debemos los Ecos —también los siete tramos— de la Semana, el hebdomadario en donde dejó resonando, hasta la fecha, un cúmulo de voces y testimonios que son el alimento preferido de ese animal bicéfalo y terrible al que a veces llamamos olvido y, en ocasiones, tristeza.
Le debemos —creo— las instalaciones lumínicas, los carteles con inmensas monas y tremebundos monos en vívidos colores pastel, con que se anunciaban las premières de los Lumière.
Le debemos una buena parte de la conciencia de clase de su gremio sindical, y el hábito generacional de pintársela para ir al Cine (ir al Mono, decíamos antes, con impreciso anglicismo, pero con sensible, semántica connotación). Los Matinés, los estrenos, las funciones de Gala (el aquelarre fenomenal que se armó, te acuerdas, cuando se escamoteó la proyección de Quo Vadis por un filme del año de la canica y ¿a dónde se fue aquella capacidad de osadía expresada en decenas de butacas colapsadas y estropicios múltiples; aquel justo desgarriate que armó el descontento masivo y del que fueron protagonistas los camarguenses…?).
Pero sobre todo, a nuestro Cácaro del Alcázar, los camarguenses le estamos debiendo los millones de kilómetros de cinta celuloide e incontables toneladas métricas de bromuros (Br) y nitratos de plata (NO3 Ag), que son las partículas sustantivas, químicamente puras, del vértigo y la luminosidad de nuestra indiscutible Alta Cultura Camarguense Cinematográfica:
¿Quiénes si no los camarguenses logramos la educada destreza para desentrañar las miradas clave de las actrices, el enfoque de la genuina expresión más sugestiva y los heteróclitos lenguajes polisémicos y cachondos de sus cuerpos?
¿Cómo fueron labrados y pulidos los refinamientos inagotables para los insaciables placeres de nuestras lúbricas retinas?
¿Y de dónde la adquirida capacidad de convivencia igualitaria, esa inefable aventura de compartir el viaje en la sala-nave cinematográfica, con y hacia las grandes luminarias, para llegar a ser y lograr estar por el otro lado de la realidad, con la emoción, el suspense, con la fascinación de los sueños y del deseo…?
Muchas cosas seguramente continuarán quedándose como saldos pendientes y débitos merecidos.
Pero aquí está mi ticket, don Carlos, este poema-boleto para la función de permanencia voluntaria en su Cinema Paradiso, al que todos puntualmente llegamos coincidiendo con nosotros mismos para ser los cácaros de nuestro filme, los expectadores y protagonistas de la existencia, de sus significados y de nuestra imaginación; …en donde se anticipan, por cierto, los cortos y avances de la Última función (The last picture show) entre sonidos y luces intermitentes —con palomitas crujientes, con una soda efervescente de luciérnagas de sabor y Pon-pons que no se acaban nunca—, y en donde se ha de encontrar Usted, desde su Alcázar, proyectando hacia la eternidad el Big Bang del Universo, con su mano diestra, es cierto, pero a la siniestra del Cácaro Mayor…
José Mendoza Lara
Escrito y publicado originalmente en 1980 por la Editorial Jitanjáfora.





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