Volver a Balún Canán como un ser-ahí en el mundo (o mundos)
- Blanca Athié

- 9 ago
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El pasado mes de julio, Párpado publicó una encuesta que consistió en que más de 70 curadores eligieran sus diez películas y libros que “más hubieran impactado en su vida”. Tres títulos sobresalieron con más menciones que ningún otro: Cien años de soledad, Pedro Páramo y Balún Canán, que es la obra que nos ocupa y da cuenta de la universalidad de la que hoy goza Rosario Castellanos. Una universalidad que coincide con el empoderamiento femenino en la vida pública, así como un país que hace valer su pluriculturalidad como eje de rotación de este momento histórico que vivimos.

Menciono lo anterior porque fue precisamente Rosario quien en sus letras abordó como si de una profeta se tratara: el ser-sentir de las mujeres en su diversidad, y no solo en su ensayo fundacional Sobre cultura femenina, sino sus personajes femeninos son por igual niñas, indígenas, ladinas, mujeres posrevolucionarias, de clase media citadinas, brujas, etcéteras. Todas piensan, todas sienten, todas poseen una historia y un aliento vital en su forma de ver-conceptualizar lo que pasa en su entorno. Puede decirse entonces que como filósofa que era también (y sobre todo) le interesaba reflejar a las mujeres, niñas y pueblos originarios como un ser-ahí, como un estar en el mundo como promesa y devenir, si es que pensamos el dasein heideggeriano más en su dimensión dinámica y transformadora. Hasta entonces nadie lo había hecho, aunque suene repetititvo: darle voz a quienes no la tenían.
Rosario fue una mujer que tenía muy clara su vocación: “Voy a matarme de trabajo pero voy a ser escritora”, escribió en una carta fechada el 28 de julio de 1950 dirigida al filósofo Ricardo Guerra, con quien se casaría y procrearía a su hijo Gabriel. En esa línea aparentemente simple, se trasluce una mujer consciente de su realidad y el magnánimo esfuerzo que estaba dispuesta a hacer en la búsqueda de un deseo cardinal. José Emilio Pacheco llegó a definirla de la siguiente manera: “Nadie en este país tuvo, en su momento, una conciencia tan clara de lo que significa la doble condición de ser mujer y ser mexicana, ni hizo de esta conciencia la materia prima de su obra, la línea central de su trabajo”, pero ¿de dónde viene esta conciencia de la que habla JEP? Justamente proponemos algunas claves para entender este nivel de conciencia y conceptualización abordando en cinco puntos su obra mayúscula: Balún Canán. Y su centenario este año es también una buena oportunidad para desentrañar la que es hoy una obra cumbre de las letras hispanoamericanas.
1.- Polifonía y flujo de voces
Mientras agonizo, novela cumbre de William Faulkner, publicada en 1930, dotaba a la novela contemporánea de una riqueza en su técnica narrativa, a saber: la polifonía de voces. La influencia del escritor norteamericano en la literatura latinoamericana, se percibe también en esta obra de Castellanos. Aquí también una familia del sur de México es la protagonista: Los Argüello. Una familia terrateniente en decadencia que habrá de experimentar ruina, superstición y muerte.
Esta polifonía de voces de la que hablamos (también presente en la gran Pedro Páramo) consiste en narrar la historia a través de varias voces desde primera persona, lo que permite además del monólogo interior, adentrarnos a la complejidad o profundidad psicológica del personaje que narra. Esta subjetivación enriquece notablemente la narrativa otorgando un flujo de pensamientos reflexivos, imágenes poéticas, descripciones oníricas e intensidad emocional.
La primera y tercera parte es narrada en la voz de una niña que ve irrumpida su cómoda o privilegiada cotidianeidad con los cambios devenidos por la Reforma Agraria que buscaba principalmente el reparto de tierras y derecho a la educación indígena, por lo que su familia abandona Comitán para trasladarse a su hacienda en Chactajal.
Para la segunda parte Rosario elige la voz omnisciente con una intención estilística: alejarse de la perspectiva infantil y mostrarnos con más énfasis la segregación, así como la cosmovisión confrontada entre campesinos y ladinos, otorgando más protagonismo a mujeres envueltas en sus misticismos; y dos sucesos dramáticos que apresuran el final señorial de los Argüello. Solo irrumpe la voz omnisciente con dos monólogos interiores, el de César, padre y oligarca de linaje superior y Zoraida (la esposa de César y madre de la niña y de Mario, el hijo menor) quien a través de su monólogo deja entrever su desprecio por su origen humilde, es decir, busca aportar más psicología de personaje en los Argüello.
2.- Intertextualidad y memoria
¿Es Balún Canán una novela autobiográfica? "A la novela llegué recordando sucesos de mi infancia. Así, casi sin darme cuenta, di principio a Balún-Canán”, le comentó Rosario a Carballido en una entrevista. Más aún, en esa misma entrevista la escritora comenta que el mundo infantil se parece al mundo indigenista. O por lo menos su infancia la percibió así: en correspondencia con los indígenas. Y es que es sabido que su hermano Benjamín falleció a la edad de siete años por una apendicitis, suceso que la marcó toda su vida, pues la hizo sentir culpable ya que su madre hubiera preferido que muriera ella y no su hijo varón.
Este sentimiento de culpa es trasladado a la protagonista infantil de Balún Canán (alter ego de Castellanos) quien sufre de manera consciente el hecho de ser niña y ver que su madre prefiere a su hijo Mario por ser varón: Y Mario apretando los dientes, resistiendo en medio de sus dolores y pensando que yo lo he traicionado. Y es verdad. Lo he dejado retorcerse y sufrir, sin abrir el cofre de mi nana. Porque tengo miedo de entregar esa llave. Porque me comerían los brujos a mí; a mí me castigaría Dios, a mí me cargaría Catashaná. ¿Quién iba a defenderme? Mi madre no. Ella sólo defiende a Mario porque es el hijo varón.
Ahora bien, el tratamiento literario que Rosario eligió para conectar su memoria individual con la colectiva es justamente la intertextualidad literaria: en Balún Canán somos partícipes de la memoria colectiva de los indígenas que habitan la región chiapaneca en relación a la historia de los nueve guardianes que viene desde el Popol Vuh (el libro sagrado de los mayas), o la del dzulum, es decir, desde mitos, leyendas, memorias personales y colectivas se fusionan para construir una sola historia:
DICEN que hay en el monte un animal llamado dzulúm. Todas las noches sale a recorrer sus dominios. Llega donde está la leona con sus cachorros y ella le entrega los despojos del becerro que acaba de destrozar. El dzulúm se los apropia pero no los come, pues no se mueve por hambre sino por voluntad de mando. Los tigres corren haciendo crujir la hojarasca cuando olfatean su presencia. Los rebaños amanecen diezmados y los monos, que no tienen vergüenza, aúllan de miedo entre la copa de los árboles. —¿Y cómo es el dzulúm? —Nadie lo ha visto y ha vivido después. Pero yo tengo para mí que es muy hermoso, porque hasta las personas de razón le pagan tributo.
Más allá de reflejar el sincretismo cultural, el recurso de intertextualidad como ya se dijo le sirve a Castellanos como un juego para la memoria: individual, colectiva y simbólica.
3.- Rizoma femenino: ternura, magia, deseo
Los personajes femeninos encierran procesos de identidad que a continuación proponemos como un rizoma literario basándonos en el concepto abierto que crearon los filósofos franceses Deleuze y Guattari. Pensar el rizoma literario es inscribir estos personajes femeninos en la diferencia, en lo abierto, en lo no concluyente, sobreviviente a toda época o tiempo. En ese sentido, los lectores de Balún Canán pueden identificarse con los personajes sin importar la temporalidad y el espacio del que preceden, identificando ciertas representaciones que hoy en día, incluso, suelen ser objeto de estudio:
• La ternura como el ser-ahí de la niña y su nana india:
Según Olga Tokarczuc, Premio Nobel de Literatura, la ternura va más allá de la empatía: “es una forma de mirar que percibe los lazos que nos conectan, las similitudes entre nosotros, y nos permite reconocer nuestra propia humanidad en la de los demás”. Es justamente lo que ocurre con la niña y su nana, los únicos personajes sin nombre, pero ello no resulta casual. Al no tener nombres, la frontera de la identidad se diluye, quimerizando así a la niña y a su nana, y creando así una afectividad mayúscula de la que habla Tokarczuk, un vínculo simbiótico que incluso va más allá del misticismo, pues sabemos por las historias que la nana le cuenta a la niña y por sus acciones, que le está transmitiendo toda la sabiduría y cosmovisión indígena, y al mismo tiempo la niña admira y quiere a su nana; ese sentimiento es también propio de la ternura, ya que la niña puede reconocer su propia vulnerabilidad en su nana vulnerable, y crea un mundo para sí y para ella, para ambas que vuelve intrínseca la existencia, el ser-ahí vivo de la niña-nana.
—Son cosas de los brujos, niña. Se lo comen todo. Las cosechas, la paz de las familias, la salud de las gentes […] Mira lo que me están haciendo a mí—Y alzándose el tzec, la nana me muestra una llaga rosada, tierna, que le desfigura la rodilla. Yo la miro con los ojos grandes de sorpresa. —No digas nada, niña. Me vine de Chactajal para que no me siguieran. Pero su maleficio alcanza lejos.
—¿Por qué te hacen daño?
—Porque he sido crianza de tu casa. Porque quiero a tus padres y a Mario y a ti.
—¿Es malo querernos?
—Es malo querer a los que mandan, a los que poseen. Así dice la ley. […]
—Nana, tengo frío.
Ella, como siempre desde que nací, me arrima a su regazo. Es caliente y amoroso. Pero tendrá una llaga. Una llaga que nosotros le habremos enconado.
Y es justamente la ternura un recurso de potencia poética que se dibuja en la prosa narrativa que permite esa subjetivación de la voz infantil onírica, pues el sueño parece ser el refugio de la niña que ha refrendado lazos con su nana, tal como la verdadera Rosario lo hacía con su nana Rufina, una mujer tojolabal, quien la adentró a las cosmovisiones de los indígenas chiapanecos:
CUANDO cierro los ojos en la noche se me representa el lugar donde mi nana y yo estaremos juntas. La gran llanura de Nicalococ y su cielo constelado de papalotes. Habrá algunos que vuelen a ras del suelo por falta de cordel. Otros que desde arriba se precipitarán con las varas quebradas y el papel hecho trizas. Pero el de Mario permanecerá, en medio de los más altos, de los más ligeros, de los más hermosos, como una estrella fija y resplandeciente.
• La magia como identidad y transformación:
La magia es un recurso que utiliza Rosario para explorar lo sobrenatural y lo simbólico, aunque por el contexto de la historia, la brujería es propia de la cosmovisión indígena. Por ello, resulta interesante y sobresale uno de los personajes femeninos, Francisca, quien como su hermano César, viene de la estirpe terrateniente de los Argüello, y sabe que los brujos no la quieren por su linaje, lo que la lleva a hacerse aliada de los indígenas para así practicar su magia y abonar a su transformación personal.
—Tu hermana Matilde...
Tía Francisca no le permite continuar.
—Ya lo sé. El dzulúm se la llevó.
Mi padre la mira con desaprobación.
Replica: —¡Cómo puedes dar creencia a esas patrañas!
—No es la primera vez que el dzulúm se apodera de uno de nuestra familia. Acuérdate de Angélica. Nos llama el monte. Algunos saben oír. […]
—Cuando llegó Matilde a Chactajal y nos contó lo que estaba sucediendo aquí, no lo creímos. Parecía imposible que tú, tan entera, tan cabal siempre, te prestaras a una farsa tan ridícula como la que estás representando.
Tía Francisca responde, violenta y batalladora, como en otro tiempo:
—Pero yo soy la que se queda y ustedes los que se van, los que huyen. No era Chactajal nada para defenderlo. Eso tú lo sabrás, César, cuando tan fácilmente lo abandonas. Somos de distintos linajes. Yo no cedo nunca lo mío. Ni muerta soltaré lo que me pertenece. Y así pueden venir todos y quebrarme las manos. Que no las abriré para soltar el puñado de tierra que me llevaré conmigo. […]
Mi padre sonríe, con sorna.
—¿Y dónde preparas tus filtros mágicos? ¿Y dónde aconsejas a los que vienen a consultarte? ¿Y dónde echas los maleficios a tus enemigos? Aquí, al aire libre, me parece impropio. A la brujería le es necesario el misterio.
Tía Francisca temblaba de rabia.
—Te estás burlando de mí. Y no sabes que puedo hacer más de lo que crees.
• El deseo como forma también de ser mujer en un mundo patriarcal:
A Castellanos le interesa también reflexionar sobre la condición de ser mujer en un mundo patriarcal. Por ello sus personajes femeninos no escapan a dicha condición, como es el caso de Matilde, quien renuncia también como Francisca a su estirpe de terratenientes. En una época o un mundo donde ser mujer de casta significa ser madre y religiosa, ella opta por renunciar a esa identidad: elegirá no ser madre, tampoco religiosa, sino seguir su deseo sexual, aunque la lleve a la deshonra y desgracia.
Ernesto se acostumbraría pronto al desvío de Matilde, dejaría de buscarla. Después de todo, ¿qué había habido entre ellos? Se amaron como dos bestias, silenciosos, sin juramento. Él tenía que despreciarla por lo que pasó. Ya no podía encontrar respeto para ella. Matilde se lo había dado todo. Pero eso un hombre no lo agradece nunca, eso se paga profiriendo un insulto. Las cualquieras retienen a los hombres sólo mientras son jóvenes. Y Matilde ya no lo era. Otras mujeres esperaban turno y serían menos torpes de lo que ella fue.
4.- La reforma agraria: la revolución de los “indios”
La primera novela de Castellanos, Balún Canán, está considerada como una novela fundacional del neoindigenismo, corriente literaria que floreció en los años cincuenta en Latinoamérica, que tiene a Manuel Scorza como mayor representante; y en esa lid podría decirse que Castellanos también lo es. Pero a la escritora no solo le interesó el indigenismo como un proceso de identidad y subjetivización para darle riqueza y profundidad a sus historias, también buscaba reflexionar y explorar la compleja relación entre los “indios” y terratenientes como un conflicto de poder, pues en esta construcción narrativa ninguna parte se erige superior, es decir, los “indios” sufren el racismo perpetrador de los hacendados, pero al mismo tiempo los ladinos padecen las venganzas de los “indios”. Para ilustrar este conflicto de poder, Rosario se agencia de un momento histórico toral como lo fue el Cardenismo. A continuación, algunos puntos sobre las ies.
• La alfabetización vs marginalidad:
Un privilegio que antes solo era de los hacendados y ricos que mandaban a sus hijas a educarse en escuelas religiosas, la Reforma agraria lo convierte en un derecho fundamental para los campesinos: “A las familias de indios a su servicio, tienen la obligación de proporcionarles medios de enseñanza, estableciendo una escuela y pagando de su peculio a un maestro rural."
El desprecio, desde luego, no se hace esperar, tal como ilustra el siguiente paisaje: Mi madre dobla el papel y sonríe con sarcasmo. —¿Dónde se ha visto semejante cosa? Enseñarles a leer cuando ni siquiera son capaces de aprender a hablar español.
• La justicia social vs el estereotipo del “indio” improductivo:
Tatá Cárdenas, así le llamaban los indígenas al Presidente que se había ganado el respeto y admiración de las comunidades indígenas al mostrar un profundo conocimiento por sus problemáticas y resarcirlas a través de políticas públicas integrando a las comunidades a la economía y a la cultura nacionales, reforzando la identidad de un país pluricultural en ciernes, y mejorando su condición de vida. Pero ello no era bien visto por los hacendados, en quienes prevalecía la idea de que el indígena no merecía salario digno ni mucho menos educación por ser un pinche “indio”, como se desprende en este diálogo:
—¿Te acuerdas cuando impusieron el salario mínimo? A todos se les fue el alma a los pies. Era el desastre. ¿Y qué pasó? Que somos lagartos mañosos y no se nos pesca fácilmente. Hemos encontrado la manera de no pagarlo. Porque ningún indio vale setenta y cinco centavos ni al día, ni al mes. Además, dime, ¿qué haría con el dinero? Emborracharse. Lo que te digo es que igual que entonces podemos ahora arreglar las cosas. Permíteme la carta .
Mi padre la lee para sí mismo y dice:
—La ley no establece que el maestro rural tenga que ser designado por las autoridades. Entonces nos queda un medio: escoger nosotros a la persona que nos convenga. ¿Te das cuenta de la jugada?
Don Jaime asiente. Pero la expresión de su rostro no varía.
—Te doy la solución y, sigues tan fúnebre como antes. ¿Es que hay algo más?
—Mi hijo opina que la ley es razonable y necesaria; que Cárdenas es un presidente justo.
Mi madre se sobresalta y dice con apasionamiento:
— ¿Justo? ¿Cuando pisotea nuestros predios, cuando nos arrebata nuestras propiedades? Y para dárselas ¿a quienes?, a los indios. Es que no los conoce; es que nunca se ha acercado a ellos ni ha sentido cómo apestan a suciedad y a trago. Es que nunca les ha hecho un favor para que le devolvieran ingratitud. No les ha encargado una tarca para que mida su haraganería. ¡Y son tan hipócritas, y tan solapados y tan falsos!
• El idealismo cardenista vs La cosificación de los indios
La cosificación como una idea poscolonial y una práctica cultural se refleja en varios paisajes, es decir, cuando los ladinos o terratenientes reducían a los indígenas como seres sin derechos, sucios, violentos, cuya existencia era equiparada a la de un animal de carga:
Don Jaime llega y después de saludarnos, pregunta:
—¿Qué tal les fue de temporada en Chactajal?
—Un desastre —responde mi padre con amargura— Los indios quemaron el cañaveral y mataron a Ernesto. Poco faltó para que también nos mataran a nosotros.
O en este otro paisaje en el que pese a una idiomaticidad poética propia de la narradora niña, se homogeniza y se reduce a la mujer indígena:
Nunca, aunque yo la encuentre, podré reconocer a mi nana. Hace tanto tiempo que nos separaron. Además, todos los indios tienen la misma cara.
Los diálogos constantes se ven envueltos en un desprecio por los indígenas y el malestar político que causa el idealismo de Lázaro Cárdenas del Río:
—Eso es lo que Cárdenas buscaba con sus leyes. Allí está ya el desorden, los crímenes. No tardará en llegar la miseria. Es muy cómodo tener ideales cuando se encierra uno a rumiarlos, como mi hijo, en un bufete. Pero que vengan y palpen por sí mismos los problemas. No tardarían en convencerse de que los indios no merecen mejor trato que las bestias de carga.
5.- Volver a Balún Canán
Finalmente, la invitación como lectoras y lectores es la de volver a leer Balún Canan como un juego incluso ontológico, en el que la experiencia no sería la mera interpretación o comprensión del texto literario en sí, sino como el mismo Blanchotsugiere: un acontecimiento de transformación ontológica, donde todas las fronteras se diluyen en el ser abierto o naciente, y todos los mundos se vuelven posibles: el del misticismo, el de la ternura, el infantil, el de la justicia social, el simbólico, o tantos otros que se crucen con nuestras memorias personales e intimas, con una vivitud y una universalidad tales, que solo la literatura de gran nivel es capaz.
Blanca Athié





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